Un rescate singular

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Era el 21 de Septiembre de 1940 cuando, en una pequeña balsa a merced de las olas, un hombre permanecía apoyado en un remo improvisado como mástil y su camisa atada en lo alto ondeando al viento.
Estaba aturdido. Aún no daba crédito de lo que acababa de vivir.
Su buque, el Baron Blythswood, parte del convoy inglés HX-72, había volado por los aires de repente, en plena noche, yéndose a pique en menos de cuarenta segundos. Dudaba mucho que el capitán, o cualquiera de los 33 marineros que formaban la tripulación, hubieran tenido la suerte que tuvo él de haber salido vivo de aquello.

Ilustración del Baron Blythswood


Por lo que veía a su alrededor no era el único. El petrolero Invershannon y el carguero Elmbank también habían estallado, aunque aún se resistían a ser engullidos por las frías aguas del atlántico norte. Sin duda habían sufrido un ataque por parte de los temidos lobos grises alemanes.

Al alba, ya se dibujaban las pequeñas siluetas de los botes salvavidas, repletos de los marineros que habían logrado salvarse del hundimiento de sus buques.

El Elmbank.

Él, semiinconsciente y en ropa interior, permanecía en su pequeño bote. El resto del convoy ya había marchado, y tan solo esperaba que alguno de los barcos de escolta del convoy regresase a recoger a los supervivientes.

Al poco rato su deseo se vio cumplido. Pero no fue un buque de superficie, sino un submarino el que vino en su rescate.

Se acercaron a él y mientras lo ayudaban a subir, el mismo comandante le indicó que adentro podría secarse y le darían algo de comer, dando instrucciones a su segundo de que lo llevase a su camarote y lo acomodase. Había tenido suerte.

Ya dentro, le quitaron la ropa mojada, lo envolvieron en mantas y lo acostaron. Más tarde le sirvieron un poco de ron que el hombre apuró de un trago.
Seguidamente bajó el capitán a verle y a interrogarle a qué buque pertenecía. Pero le dolía mucho la cabeza y realmente pudieron comprobar que había sufrido un fuerte golpe. Solamente podía recordar la carga del barco, vigas de hierro. Lo que explicaba que se hubiese ido a pique tan rápido.
Lo dejaron dormir. A la hora se despertó avisando al operador de radio de que tenía hambre. Este le dio una lata de piña que fue lo que primero pilló a mano y marchó a avisar al comandante de que el náufrago se había despertado.
Ya más recobrado, les pudo decir el nombre de su barco, verificándolo el capitán en su registro y comprobando que la carga que llevaba era concretamente mineral de hierro.
Lo dejaron nuevamente descansar, pero pidió si le podían servir un poco de café. El amable operador de radio enseguida se lo trajo. Y mientras daba buena cuenta de él le dijo:

- ' Gracias , compañero. Un submarino alemán nos torpedeó, el desgraciado. Pero por suerte los cochinos nazis no me cogieron. Les fastidié y me recogió un submarino inglés. Eso les enseñará a no meterse con nosotros' y mientras sonreía le lanzó un guiño al operador de radio.
El operador le devolvió la sonrisa y volvió a su trabajo.


Al rato, el marinero británico, recibió la noticia de que el comandante había ordenado que le vistieran, le vendaran la cabeza y lo subiesen al puente. Iban a trasladarlo a uno de los botes salvavidas con los otros supervivientes del convoy.
El marinero protestó enérgicamente diciendo que no quería ser trasbordado a ningún bote ya que allí estaba muy bien.
Nuevamente fue el oficial de radio el que le dijo que eso no era posible ya que ellos estaban de patrulla y no tocarían puerto hasta dentro de varias semanas, por lo que llegaría antes a casa si volviese al bote y esperase a que un buque de superficie les recogiese.
El marinero seguía aterrado y encabezonado en no abandonar el submarino, hasta que el operador de radio, ya un poco harto de su negativa, le dijo:

-' Mire, amigo. Cuando suba al puente encontrará al comandante. Tiene un uniforme igual al mío, pero además lleva los galones de su rango. Mírelo bien. También verá que en la gorra tiene una insignia naval con la cruz esvástica. Estamos en un submarino alemán.

El náufrago soltó una carcajada y mientras subía al puente le dijo que era una broma muy buena.

Una vez arriba, se dirigió al comandante y abrió la boca para suplicarle que le permitiera quedarse a bordo, pero ya no pudo cerrarla. Su mirada se había detenido en el distintivo de la gorra.

Pálido, y sin poder apartar la mirada de la esvástica, ya no pudo articular palabra.

- ' Lamento que se haya herido y confío en que ahora esté mejor. Ya nos hemos ocupado de que tenga agua, comida y vendas en cantidad suficiente para que le alcance hasta que lleguen a puerto seguro.' le dijo el comandante.


Al lado del submarino, los náufragos que permanecían en el bote salvavidas, contemplaban la escena sorprendidos.
El herido abandonó el submarino y se acomodó en el bote sin pronunciar palabra. Mudo por la impresión, recordó haber estado dos horas a bordo de un submarino alemán, donde lo alimentaron y cuidaron mientras él los llamaba 'desgraciados' y 'cochinos'. Y sin embargo seguía con vida para contarlo.

Otto Kretschmer, Comandante del U-99 y mito de los U-Boat.


El hombre que manejaba el timón del bote -el patrón del petrolero hundido- aceptó el pan, el agua y las vendas que les dio el comandante y atendió al rumbo que este le indicó que debían seguir para llegar a la costa irlandesa.
Mientras se alejaban y veían al comandante como les despedía con la mano a la vez que les lanzaba un 'Buena suerte', el patrón del bote introdujo una mano bajo su asiento y, levantándose, arrojó a la cubierta del submarino un paquete de cigarrillos. Fue su manera de agradecerles el trato que nunca hubieran pensado que recibirían de unos nazis. Ahora, sólo alemanes.

Nuestro desconcertado protagonista no pararía de pensar mientras se alejaba del submarino como no se habría dado cuenta de donde había estado metido todo ese rato. Sin duda fue un curioso cúmulo de circunstancias las que propiciaron que diese la impresión de estar verdaderamente en un submarino inglés.

El submarino de los hechos, el U-99, entrando a puerto


Para empezar, su estado de conmoción cuando fue recogido e inmediatamente atendido no le permitió sospechar nada extraño ni captar nada anormal a su alrededor. Es más, siempre se le dirigieron en un correcto inglés, sobretodo el comandante, que había estudiado de joven en Inglaterra y lo dominaba a la perfección. Además, daba la casualidad que a bordo se encontraba un oficial italiano en periodo de aprendizaje, por lo que muchas veces se le oían a él y al comandante desde el puente hablar en inglés.
Por otro lado, los uniformes de fajina de los marinos alemanes no tenían nada que los identificase como tales, y encima, la lata de piña que le habían dado para comer era de procedencia inglesa, ya que provenían de los abastecimientos abandonados por el Ejército británico en su retirada de Dunquerke y que, por orden de Hitler, fueron distribuidos entre la tripulación de los U-Boat.


Y es que la guerra dio para mucho. Hasta para curiosas anécdotas como esta.